Aviso

 

Los dueños de Chile somos nosotros, los dueños del capital y del suelo; lo demás es masa influenciable y vendible; ella no pesa ni como opinión ni como prestigio“.

Eduardo Matte Pérez

En la conmemoración del Día de los Derechos Humanos, el siguiente artículo tiene como norte develar la deleznable herencia en esta materia que ha transmitido durante gran parte de la historia de Chile el actuar de la derecha política, económica y conservadora cuando sus intereses han quedado en entredicho.

Batalla de Lircay de 1830

De acuerdo a la historia oficial, el 17 de abril de 1830 un enfrentamiento en la ribera del río Lircay dio fin a la guerra civil que selló el triunfo de las fuerzas conservadoras de Diego Portales por sobre los liberales. Las bases de la República de Chile, con un estado autoritario, se cimentaron con más de 200 muertos a su haber. Para el historiador Gabriel Salazar se trataba de “un ejército mercenario improvisado por el patriciado mercantil santiaguino  que derrotó y descuartizó a hachazos al ejército ciudadano que había ganado la guerra de la Independencia”.

 

La llegada del capitalismo no solo reglamentó nuestra vida laboral. También modificó el sentido del tiempo libre.

Aunque el motivo oficial por el que los cristianos empezaron a celebrar su día de descanso el domingo en vez del sábado fue la «conmemoración de la Resurrección», la verdad es que también estaban ansiosos por diferenciarse de los judíos. En el siglo IV esa ansiedad se tradujo en la codificación del domingo de Sabbat en la legislación civil y eclesiástica.

Un milenio y medio después, el movimiento sabatario, con el fin de restituir el sábado como día de Sabbat cristiano, apuntó no solo contra el antisemitismo de la medida, sino también contra la influencia indebida de la adoración pagana del sol en el cristianismo primitivo. El argumento sostenía que las preocupaciones políticas y temporales no debían afectar la celebración del verdadero día de descanso.

 

Pasqualina Curcio

La mayor confiscación que se haya conocido en la historia de Venezuela la realizó Simón Bolívar durante la Guerra de Independencia. El 3 de septiembre de 1817 promulgó el Decreto sobre Secuestro y Confiscación de Bienes de los españoles y el 10 de octubre del mismo año decretó la Ley de Repartición de Bienes Nacionales de la República. Confiscó tanto los bienes públicos de la Corona Española como los privados de los realistas y los pasó a la República y al pago de los haberes militares. Hasta el oro y la plata que se encontraba en los templos religiosos los dispuso para el ejército patriota.

Las tierras fueron expropiadas y luego distribuidas a la población indígena. El 15 de octubre de 1818, Bolívar promulgó un decreto mediante el cual reconocía los derechos de propiedad sobre las tierras por parte de la población indígena y estableció que se le devolviesen “a los naturales, como propietarios legítimos, todas las tierras que formaban los resguardos según sus títulos, cualquiera que sea el que aleguen para poseerlas los actuales tenedores”.

 

Pasqualina Curcio

Que una economía se recupere y crezca es muy importante, ello implica que se estarían produciendo más bienes y servicios, que hay mayor cantidad de empleo y que se está añadiendo más valor, pero tan o más importante es cómo se distribuye esa nueva producción porque puede ocurrir, como efectivamente ha ocurrido y está ocurriendo, que las economías crezcan, pero de manera más desigual manifestándose, visiblemente en más pobreza.

Por ejemplo, suponga que una economía pasa de producir 100 a 200, es decir, su tamaño, se duplica. Cuando la producción era 100 se distribuía de la siguiente manera, 50 para los trabajadores asalariados o clase obrera y 50 para la burguesía o propietarios del capital. Puede ocurrir que cuando la producción pase a ser 200 se distribuya, por ejemplo, 50 para la clase obrera y 150 para la burguesía, lo que a simple vista implica mayor explotación a los trabajadores que, al final son los que agregan valor a la economía con su fuerza de trabajo. En este caso, la desigualdad es mayor, y por supuesto, la pobreza también lo es, a pesar de que se duplicó la producción.

 

¿Cómo evitar el tema del imperio? ¿Cómo no volver a hablar de sus amenazas?

La historia de la humanidad está llena de imperios, de imperios de todo tipo. Todos diversos y complejos, y lo único indiscutible acerca de ellos es que, pese a su soberbia, no son eternos como pretenden, porque al cabo desaparecen uno tras otro por distintas vías. Y, es más, porque ninguno dura ni siquiera mil años, como prometió ya el nazismo alemán (que apenas duró 13) y como desde principios de este siglo XXI pregona el prepotente imperio estadounidense. (En realidad durar mil años solo lo consiguió el imperio bizantino quizá porque, aunque lo logró ya amenazado, nunca se propuso alcanzar objetivo tan lejano.)

¿Y cómo se hunden los imperios?  Durante mucho tiempo se prefirió explicar sus derrumbes como resultado de agresiones o invasiones. Ahora se hace más énfasis en su derrumbe interno. Pero lo más frecuente es que ambos componentes, derrumbe interno y agresión o agresiones, coexistan y se refuercen, de modo que de lo que se trataría en cada caso es de determinar cuál de ellos desempeñó (o desempeña) el papel principal. Y en el del imperio actual es claro que es el derrumbe interno.