Aviso

 

El scroll infinito y la velocidad del consumo capitalista han acelerado la indivualización de nuestra vida y han convertido los momentos de sosiego en un bien de lujo

Vivimos en una sociedad hiper: Hiperconectada, hiperdiagnosticada, hipermedicada, hipersexualizada, hiperinformada, hipercapitalizada, hiperestresada, (y así hasta el infinito). Vivimos acelerados, sometidos por las necesidades que nosotros mismos vamos generando. Somos el coyote detrás del correcaminos. Una suerte de idea inacabada, un propósito que no se cumple. Nuestra sociedad es la viva imagen de la insatisfacción. La frustración por una vida que nos consume y nos obliga a hacernos preguntas con el propósito de llenar ese vacío que nos une como sociedad.

 

El nuevo sistema mundo capitalista euroasiático se afianza

A primera vista, podría parecer que los países gestionan su seguridad y defensa de la manera más simple posible, es decir, a través de la dicotomía entre guerra y paz. Esta percepción puede estar alimentada por noticias recientes como la operación militar rusa en Ucrania, el holocausto en Gaza, los golpes de Estado y guerras civiles en varios países africanos y latinoamericanos, así como la creciente tensión militar en el este de Asia, incluyendo Taiwán, el Mar de China Meridional y la península de Corea.

Sin embargo, es una simplificación pensar que estos eventos son fenómenos nuevos o surgidos de la nada. La realidad es que estas situaciones están profundamente entrelazadas con factores económicos, como la incapacidad del actual modelo económico occidental para ofrecer un futuro mejor a amplias porciones de la población. Además, la idea de que el caos y la incertidumbre globales surgen espontáneamente ignora los intereses y beneficios que ciertos actores pueden obtener de un mundo inestable.

 

Hace tiempo que muchos temen que la inteligencia artificial y los robots sustituyan a los trabajadores. Pero se ha prestado menos atención al creciente uso de sistemas algorítmicos para gestionar a los trabajadores, creando lugares de trabajo cada vez más autoritarios y explotadores.

Desde taxistas y baristas hasta trabajadores de Amazon y cajeros de McDonald’s, muchos trabajadores están preocupados por la forma en que las nuevas tecnologías están degradando las condiciones laborales. En todo el espectro de políticas y perspectivas, muchos ven la automatización y la toma de decisiones informatizada como una amenaza para la calidad o la existencia de los empleos de los trabajadores.

 

Lo volvió a hacer. El chavismo bravío lo volvió a hacer. En medio de una campaña mediática de intoxicación (des)informativa y una guerra comunicacional de última generación en la que participó el propio Elon Musk −el megamillonario sudafricano residente en Estados Unidos y propietario de X, antes Twitter− como “padrino” de la extrema derecha venezolana, las bases bolivarianas volvieron a ganar otra batalla, esta vez en las urnas: Los votos le ganaron a los bots y a Elon Musk.

Pero la guerra sigue. En su fase actual, se trata de una guerra híbrida que utilizó las elecciones presidenciales del domingo 28 de julio como instrumento para impulsar un golpe de Estado oligárquico, contrarrevolucionario y de características fascistas, tutelado por Washington a través del Departamento de Estado; la generala Laura Richardson, jefa del Comando Sur del Pentágono, y la Agencia Central de Inteligencia (CIA), aunque algo limitada esta última porque tiene que operar desde la Embajada de EU en Colombia, con la colaboración del lobby cubano-estadunidense de Miami, Florida, con Marco Rubio y el senador Bob Menéndez (declarado culpable de 16 cargos penales debido a “un caso clásico de corrupción a gran escala” según dictaminó la corte federal) a la cabeza.

 

De nueva cuenta, Venezuela se encuentra asediada por la amenaza de un golpe de Estado en busca de restaurar el régimen oligárquico dirigido desde Washington que controló al país hasta el triunfo de la revolución bolivariana en 1998. Los personajes y organismos que hace unas horas llamaban a respetar la democracia y propiciar la reconciliación nacional tiraron las caretas desde el instante en que se dieron cuenta de que su candidato fue derrotado en las urnas por el presidente Nicolás Maduro.

El intento en curso para deponer al gobierno constitucional venezolano e imponer una administración títere ha seguido un guion calcado del que ya padeció la nación caribeña en 2002, 2014, 2017 y 2019, mismo que se ha replicado en otros puntos de América Latina: los grandes medios de comunicación corporativos reproducen las acusaciones de fraude como si fueran hechos probados, desconocen la legalidad venezolana y pintan a los grupos de choque de la ultraderecha como heroicos luchadores por la democracia; organismos multilaterales de claros sesgos conservadores ponen en duda los resultados y legitiman las acciones violentas azuzadas por la oposición; cuyos líderes se proclaman triunfadores de manera unilateral y ponen en marcha mecanismos de desestabilización perfectamente coordinados, en los que han ganado destreza a lo largo de lustros de golpismo.