
Dijo el padre jesuita Francisco de Roux, presidente de la Comisión de la Verdad, que, si tuviéramos que guardar un minuto de silencio por cada una de las víctimas del conflicto en Colombia, tendríamos que estar callados dieciséis años.
Ha sido mundial la protesta contra el asesinato de un ciudadano norteamericano, asfixiado bajo la rodilla de un policía. La crisis social que ha desatado en Estados Unidos, pone contra la pared a las actuales políticas gubernamentales y aún a su carácter estructural. Pero la brutalidad represiva no es exclusividad de ese país, su crueldad se reparte a lo largo del mundo en aquellas naciones donde se desprecia a la condición humana. En Colombia, se asesinan sistemáticamente a líderes sociales con el silencio cómplice de su gobierno e instituciones de orden nacional y mundial.
La actual crisis de la salud, ha desnudado el carácter de clase del Estado neoliberal; es un Estado de castigo y ha perdido, ante la población, su careta de administrador de cosas, que ha sido una de las justificaciones neoliberales para las privatizaciones de los bienes públicos, ya que, según ellos, el gobierno es mal negociante y debe abandonar las actividades económicas para dejarlas a los intereses privados, quienes son los expertos en industrialización y mercado.
Aquellos que ejercen el derecho a la protesta, reciben de manos del escuadrón antidisturbios, un trato represivo muy diferente al que recibió el terrorista mercenario clíver alcalá, quien salió del país, escoltado y protegido por las fuerzas militares, a pesar de haber sido capturado en flagrancia. Una muestra del carácter clasista del Estado y del trato violento al ser humano para proteger unos intereses y supuestamente una institucionalidad, sin igualdad ante la ley.
Mujeres en embarazo, niños, ancianos, personas en estado de indefensión, son golpeados brutalmente y asesinados. La foto de la rodilla del blanco sobre el cuello del negro es una figura del cazador que exhibe su presa y la ofrece con prepotencia por el dominio y el triunfo del mandato del opresor sobre el infractor, sin respetar sus derechos. Los policiales argumentan que están cumpliendo la ley y obedeciendo órdenes. Pero en su práctica y formación, sufren la deshumanización.
En otra nota se había comentado que el homo sapiens, debe ser lo suficiente sapiens, como para asumir la objeción de conciencia. De no hacerlo, la ley se vuelve la del salvaje; y las instituciones, objetivo, por encima de lo humano. Expresiones de la alienación de lo social. La ley deja de ser ley y se convierte en abuso; las instituciones abandonan su inspiración en el contrato social y el estado de derecho y son vendidas al mejor postor.
El militar que levanta como una ofrenda social la golpiza o el asesinato de un ciudadano al que asume como infractor, no se ve a sí mismo como alienado, pero termina defendiendo una ley que no es legal ni ética ni universal y a unas instituciones carentes de democracia, sin patriotismo, ni honor ni lealtad, aspectos muy contrarios a sus discursos motivacionales; es decir, sus fundamentos se tornan nebulosos. Lucha por algo que no es lo que pregona.
Es que existe una relación entre los seres humanos y sus productos, ya que éste crea cosas, además de instituciones, para satisfacer necesidades sociales. Pero las cosas se vuelven extrañas a las metas de quienes las crearon, terminan en un poder ajeno a los seres humanos y amenazan su existencia. Un leviatán que no es el producto de mentes perversas que pueden trazar la vida de todos, sino el resultado de una lógica del desarrollo civilizatorio tal como lo conocemos hasta hoy. Pero no es una condición natural que siempre existirá.
La historia muestra que el Estado surge dentro de la sociedad, se transforma en un fin en sí mismo y termina como un suprapoder. Los ciudadanos estamos sometidos a su imperio; pero también la clase dominante termina sometida al aparato estatal, condición sin la cual la sociedad no podría funcionar. Ya lo decía Paulo Freire, que, al liberarse, el oprimido libera al opresor.
A medida que la lucha social se incrementa, la clase dominante recurre a sus instituciones, como las fuerzas represivas, que, a veces, son autónomos a la legalidad que los crea y van más allá siguiendo su propia dinámica. Así que los aparatos gubernamentales en la sociedad capitalista sólo pueden funcionar alienados; es decir ajenos a su propia fundamentación republicana y liberal y, por tanto, instrumentos de opresión de clase.
Junio 15 de 2020