
Una de las constantes más visibles de una organización capitalista es convertir todo lo que toca en una mercancía, aún actividades nobles y altruistas como la política, el deporte, la religión, la educación, el arte y otras más; deben prostituirse al tener que entrar al mundo del mercado y al altar del dinero para poder subsistir. Forman equipos políticos de clara estirpe económica, pero ante el electorado se presentan con un discurso socializante de beneficio para los más necesitados, prometen el oro y el moro y así alcanzar, conservar e incrementar parcelas de votación o de poder que rindan beneficios variados, siendo lo económico el más buscado. Si esto se da a nivel exterior, al interior hay verdaderas batallas campales al definir las listas que entregaran al público para las elecciones, todos pelean como verdaderas fieras rapaces, perros de presa, para ocupar los mejores puestos con esperanzas de salir electos. Allí se
olvidan promesas, programas, ideas, principios, ya que la meta es salir electos, donde gozarán de un cargo bien remunerado, pocos controles o ninguno en cuanto rendición de cuentas o exigencias para ocupar el puesto. Si es una persona organizada, puede salir de allí rico, o en condiciones económicas solventes, jubilarse.
Cuando un partido político no llena sus expectativas económicas busca deslizarse a otro de mejores esperanzas, no importa si la ideología y los principios son opuestos a el que abandona, un ejemplo bien claro lo tenemos en el centro democrático, que no es de centro ni democrático, es pura derecha; pero tiene burocracia con sueldos bien tentadores. Pues bien, muchas personas aún de gran influencia en sus respectivos partidos se ven deslizar al árbol que mejor sombra dé.
La célula de este sistema es el partido político, verdadera maquinaria bien aceitada para hacer votos y coptar dinero, que bajo la dirección de un líder, experto en triquiñuelas electorales, la mentira, el engaño, la demagogia para coptar ignorantes, incautos, ingenuos y explotar la miseria del pueblo. Con éste hay un verdadero contrato conmutativo que se rige por el principio: do ut des, te doy para que me des. Es el verdadero clientelismo tan usado en la política. Al jefe se le sigue porque tiene el don de mando, capacidad organizativa, aspiraciones económicas, conexiones por lo alto, dinero, poder de decisión, habilidades para la intriga, se mueve en varias aguas donde le resulte más ventajoso, es el burócrata por excelencia, hábil para repartir puestos, carisma o atractivo frente al electorado; todos los que lo rodean están esperando beneficios. Si éstos son insuficientes o no cumplen las expectativas a lo esperado, la fuga a otra tolda es lo normal, o formar su propio partido y equipo cuando ya se sienta confiado de que recibirá apoyo de los que le siguen.
La labor del equipo es beneficiar a todos, desde el jefe que se lleva la mejor tajada o la parte del león, luego sigue un listado generalmente largo, formado en medio de egoísmos, mezquindades y peleas que pueden llegar al enfrentamiento personal.
El partido es el puente conectado con el estado en sus diversos niveles para saber las vacantes, creación de nuevos puestos y ocuparlos antes de que otro lo haga. Al jefe le toca defenderse de propios y extraños del alud de intrigas que le llegan de todas partes, pues la política así concebida es el centro de luchas entre grupos que siguen las reglas de las bandas de primates.
Los partidos políticos no llegan al poder para solucionar el problema estructural de la pobreza de las inmensa mayorías y otras necesidades vitales, si no la de ellos. Un ejemplo bien diciente de burocracia y como se despilfarra el dinero público, es el congreso: no hay exigencias para llegar a él, se puede ir o no, es una rueda suelta, no hay controles de ninguna naturaleza, se jubilan a los 50 años, tienen escolta y carro blindado, tres mese de vacaciones, los lunes no hay trabajo, tarjeta para viajar en avión gratis, no rinden cuentas, ganan 33 millones de pesos libres al mes, legislan para ellos mismos; todo esto parece un cuento de hadas.
Este sistema así concebido es irracional, hecha por la borda la moral, la ética y los valores; su costo es excesivo que no compensa los beneficios recibidos, es el renglón más costoso que tiene el estado, es mezquino al no beneficiar si no a un grupo reducido. Por todo lo visto atrás y por otros conocimientos que tenemos de esta institución se hace prioritario cambiar la manera como está organizado, ya que es un factor de injusticias sin fin, y desdice completamente de la finalidad para el cual fue creado.
NORBERTO BETANCOURT O.