“La ciencia no es comunicable desde la arrogancia. Exige no perder de vista el principio de la empatía, de conexión con el otro, de saber qué comunicamos cuando nos leen, escuchan o ven. Si renunciamos a esta perspectiva, por descuido o por ensimismamiento, nuestro mensaje no será atractivo, ni tampoco aceptado.
Habremos activado las resistencias de nuestros destinatarios, que se habrán inhibido contra nosotros porque nosotros nos hemos inoculado con el falso gen de la autosuficiencia. La comunicación científica, como toda, no se consuma hasta que no se consume. Y debe ser consumida para, en lugar de dormir sobre anaqueles polvorientos, despertar a la conciencia de los demás”. Perrujo Serrano Francisco. El investigador en su laberinto Comunicación social ediciones y publicaciones, 2009 He sido insistente en cuanto a que los títulos cartones y pergaminos no hacen al profesional, a lo sumo lo avalan legalmente para ocupar un espacio en el mundo de la academia. En nuestro medio es común ver a los acartonados en una trinchera, con tapabocas y desinfectantes para no contagiarse del común de la sociedad. Tremendo absurdo la contradicción que se instaura entre humildad, sencillez y el mundo de los investigadores, académicos e intelectuales. Ser humilde incluso luego de recibir singulares elogios, constituye un signo de madurez y profesionalidad. A esa prudencia valdría añadir que ser humilde, no significa menospreciarse, sino aceptar que se es bueno (a) para ciertas cosas y recibir cortésmente un cumplido. En cualquier contexto, el reconocimiento espontáneo, reconforta. El mismo Sócrates admitió que no puede haber sabiduría sin humildad. En este sentido la humildad consiste en callar las virtudes propias y permitir a los demás descubrirlas. A una persona que habla demasiado, interrumpe a todos y presume de lo que tiene, puede aplicársele el viejo proverbio: "Cuanto más vacía viene la carreta, mayor es el ruido que hace". Nadie está más vacío que aquel que se encuentra lleno del "yo mismo". Todo premio humano resulta mezquino, cuando se da a partir del exceso de halagos. Los laureles y logros personales deben ser presentados en el instante adecuado y de manera muy breve, pero solo cuando la situación se preste para ello. Es común en las pasarelas de la academia escuchar el autoelogio en los encopetados académicos e investigadores; muy pocos permiten desde la sencillez que sean los demás quienes le consideren una persona modelo o ejemplar en su desempeño. Los intelectuales, académicos e investigadores en su mayoría, salen de sus academias ignaros de la realidad social que les circunda, por ello es frecuente el fracaso de muchos que se dedicaron a acartonar la vida olvidándose de la sociedad a la que pertenece. Muchos de ellos y de ellas terminan de taxistas, amas de casa, de vendedores ambulantes, o de lociones finas; es posible que en estos escenarios a los que llegaron obligadamente, logren entender el mundo a partir de sus propias necesidades y no desde sus cartones y títulos. Pero existe un tipo de investigador que posa como intelectual y académico con asombrosa capacidad de mimetización y los escuchamos haciendo presentación de sus propuestas y pergaminos hablando al suelo fingiendo modestia, sencillez y humildad. Algunos desprevenidos dirán ¡como se vio de sencillo el Doctor o la doctora! En el mundo de la academia de nuestro tiempo estamos atiborrados de impostores encholados en importantes cargos a los que llegaron después de haber mostrado una máscara que no corresponde a la propia personalidad. Ese fingimiento por lo general lo pagan caro cuando salen de los cargos sin pena ni gloria. Un docente investigador y académico consagrado, poco esfuerzo hace por auto- plantarse laureles en su figura, o lo hace cuando requiere plantear algún experiencia; en este sentido no malgasta el tiempo contando lo que es, y más bien aprovecha para enunciar con tranquilidad los alcances de su saber. El peligro de la arrogancia de los que dicen llamarse investigadores y académicos se da cuando por creerse superiores arropan sus discursos con lenguajes rebuscados. La verdad es que en los auditorios están presentes personas que buscan solución a inquietudes y no solucionarle problemas a nadie. La sencillez y la humildad han de ser ese puente que une a un auténtico investigador con la gente. La sabiduría campesina nos dice: “La espiga vacía se mantiene recta, pero la llena de frutos se inclina humildemente”. Esa falsa modestia latente en los investigadores y académicos que se pasean hoy por la academia, no es más que una forma disfrazada de excesivo orgullo. Es necesario desconfiar de todo aquel que en los auditorios se esfuerza por dejar notar modestia en lo que dice, porque sin lugar a dudas su soberbia está oculta cual veneno letal en el alma. Esa excesiva confianza de los encopetados académicos y docentes investigadores, les lleva con frecuencia a sentirse superiores cuando empiezan a pontificar sobre un tema en una conferencia porque tienen la plena seguridad de ser los que más saben de determinado asunto, y esto muchas veces lleva al fracaso, porque en el auditorio pueden existir personas que pueden saber también sobre lo expuesto.