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En los modos de escribir, leer e interpretar la historia, aún en aquellos que la realizan de una manera superficial y esporádica, aparecen como constantes la mezquindad y el fundamentalismo. Ahora si se trata de juicios biográficos la cuestión es más crítica y, en

definitiva, sólo se salvan del olvido, un puñado de personajes superiores, que marcan la diferencia. De ahí que los que han sido apenas sobresalientes no resisten el ácido del tiempo y apenas aparecen en un índice onomástico, máxime en un bronce o placa en una avenida anónima que el tiempo y la indiferencia de la gente, aun de aquellos con quien compartió el poder, lo reducen a un personaje apenas nombrable.

 

 Pasar a la historia es, pues, un logro reducido a seres de la dimensión polifacética y magistral de Fidel Castro, sin necesidad de esperar la muerte. No entrando a los terrenos de culto a la personalidad, ya de por si odioso y repugnante, máxime en personas intelectuales que conocemos en demasía las flaquezas, debilidades y la insoportable levedad del ser humano. Reafirmando lo anterior, tampoco podemos negar que en la historia hay unos pocos que sobresalen de ella y, entre ellos, hay uno que brilla con luz propia: Fidel Castro… pasarán los años y los siglos y este personaje siempre estará al orden del día suscitando las más variadas polémicas y controversias en un sentido u otro.

 

Haciendo estas necesarias aclaraciones, sin desconocer sus limitaciones y errores que como ser humano las tiene, para cualquier simpatizante y militante de izquierda, Fidel, llena todas la expectativas que podemos esperar: tiene la particular fortuna de que no podrá ser enmarcado en las vidas paralelas que se escriben sobre los grandes del mundo, porque sobre sale entre todas: impar en la inteligencia, impar en el infortunio, impar en la ética y moral, impar en la lucha contra la tiranía y la corrupción, impar en la lucha contra la doble moral tan común en las élites del poder, impar como guerrillero, impar en la táctica y la estrategia; impar como estadista, impar como político, impar en lo económico , impar en su gran capacidad de trabajo, impar en su carisma arrollador, impar en la solidaridad, impar en la consecuencia. Su vida será preciso relatarla en un libro singular.

 

 Admirador del apóstol, no se dedico a levantarle monumentos, hacerle panegíricos, colocar su imagen en la pared de la silla presidencial. No. Como hombre de acción como él así mismo se define, su labor desde que llegó al poder es una continua labor por impregnar la vida nacional de su mensaje. Todo esto atrajo el odio y la venganza de poderosas fuerzas nacionales y extranjeras que habían convertido su patria en un casino y burdel, la política en un negocio particular y la vida nacional en el imperio del hampa. El país convertido en una simple colonia del imperio, donde se gobernaba desde Washington.

 

Calumnias, mentiras, atentados a granel, bloqueos económicos y políticos aún de sus antiguos socios en la comunidad socialista. Esto a sido la constante desde que llegó al poder, pero como lo decía el apóstol José Martí, “el deber no está donde se pasa mejor sino donde se es más útil"; a su vez sus enemigos saben que se enfrentan a un león, un felino en asecho, un verdadero político de presa que unido a su inigualable oratoria, lo convierte en un ser envidiablemente dotado para la lucha. Contemplada su existencia en esta línea del poniente se destaca majestuosa como un inmenso Himalaya.

 

Todo en él es temblor, una vibración perpetua. Todo lo que se necesita para ser un héroe. Ni un músculo, ni un nervio que no esté tenso para una gran misión en acre olor de tempestades.

 

Jamás hombre alguno acumuló tantas responsabilidades, jamás hombre alguno fue, al mismo tiempo, jefe y responsable de todo un pueblo.

 

Es una tensión sin posible expiación. Todo el sentimiento, todo el pensamiento, toda la pasión están ordenados por un mandato de siglos en pos de la justicia. Es un corazón devorado por el fuego de su pueblo.

 

Desde en vida ya pertenece a la galería de los espíritus selectos, a los que debemos dar gracias al destino por haber nacido, al que debe vivir, al coloso que entendió como nadie que la vida únicamente tiene razón de ser cuando se entrega incondicionalmente a una noble causa. Al conductor de masas, al despertador de almas, al comandante en jefe, al imprescindible, al ave de tormenta, nada más indicado que apropiarnos de la frase con que el canónigo José Domingo Choquehuanca calificó al libertado Simón Bolívar, la cual tomaremos sin vacilación para decirle al comandante: “Con los siglos crecerá vuestra gloria, como crece la sombra cuando el sol declina”.

 

Norberto Betancourt O.