DEDICADO A TODOS CON QUIENES HE COMPARTIDO EN DIVERSAS FACETAS D EMI VIDA

Habré de levantar la vasta vida que aún ahora es tu espejo: cada mañana habré de reconstruirla. Desde que te alejaste, cuántos lugares se han tornado vanos y sin sentido, iguales a luces en el día.

 

(Ausencia. Borges)

 

Esa vieja casa derrumbada derruida y triste albergó mis sueños de niño. Allí muy cerca a la morada de los Camilos de los Noreñas y de los Polonios, pasé los primeros años de mi infancia, esperando cada navidad la llegada del niño Dios con algún regalo a casa. Nunca llegaron juguetes, siempre era una camisa o un pantalón, porque el niño Dios de mi infancia era cuidadoso con el poco dinero que ganaba.

 

Al día siguiente, todos los niños del entorno salían con sus juguetes: carros de colores, caballitos de madera, pelotas de letras y dulzainas; mientras tanto, yo vestía mi regalo: una camisa a cuadros y un pantalón de dril corto. Luego echaba a volar mi imaginación y construía mi propio juguete, el cual consistía en un tronco de madera cuyas ruedas eran tapas de Fresckola, y seguía tras los niños feliz con mi juguete artesanal.

 

En esa casa, hoy burlada por los años y el abandono, mi madre madrugaba a hablar con las begonias y cartuchos todos los días, con esa silvestre dulzura que los seres más elementales saben imprimir a su entorno campestre. Ahora crecen malezas por todo lado y tan solo alcanzo a ver con mis ojos de niño recién envejecido la silueta de esa mujer adorada empapando cariñosamente el jardín. ¡Ah, cómo sus manos de jardinera y su rostro y su figura humilde se hacen eternas!

 

También ahí, muy cerca de esas ruinas, con toda la tristeza de mi alma volví con imaginación a los plácidos recuerdos de la infancia, y vi a mi padre con su rudeza limpiando los matorrales que crecían en la loma, atrás de la casa. Me pareció verlo llamándonos por el nombre con dureza para que fuéramos a ayudarle. Era extraño, cuando nos llamaba a acompañarle en trabajos materiales casi nadie le escuchaba, por eso tenía que repetir el llamado con un latigazo.

 

Muy cerca a esta casa, hoy sumida en el abandono, vivió la niña delicada que se acercó a mi inocencia, la misma que motivó en mí una pregunta: ¿por qué eres tan diferente a mí? Ella me dijo: yo soy niña y tú eres niño. Era la primera vez que veía los secretos

 

sexuados femeninos, esto me llenó de asombro y de preguntas que todavía hoy estoy resolviendo. Creo que la infancia nos traza caminos que luego adultos transitaremos, por ello es tan importante la plena felicidad en la niñez y ser sin temor exploradores del mundo con inocentes preguntas.

 

Tardes que fueron nicho de tu imagen, músicas en que siempre me aguardabas, palabras de aquel tiempo, yo tendré que quebrarlas con mis manos. ¿En qué hondonada esconderé mi alma para que no vea tu ausencia que como un sol terrible, sin ocaso, brilla definitiva y despiadada? Tu ausencia me rodea como la cuerda a la garganta, el mar al que se hunde.

 

(Ausencia. Borges)

 

Un sábado de diciembre, medio siglo después, volví tratando de desandar mis pasos, por las viejas calles que de niño recorrí; la verdad, todo se sentía lúgubre; es como si la alegría hubiese escapado del rostro de los niños, y todos gozaran de una temprana edad adulta. Aún el hombre citadino, todo lo mira con sospecha, parece como si a cada instante se esperara malos presagios. Entonces pensé sobre la infamia de la guerra que con su arsenal de muerte lo primero que se roba es el derecho a la alegría.

 

Esas calles y caminos que recorren y conducen hacia mi pueblo de nostalgias, hoy la habitan cruces que representan tumbas de seres humanos que allí regaron la tierra con su sangre. Las campanas advierten que a las doce es hora de oración y yo con lágrimas silenciosas sigo desandado los caminos recorridos en tiempos de mi infancia. Creo que la alegría se esfumó con los llantos de los niños que vieron a sus seres queridos perderse de la vida en una guerra sin sentido.

 

Doy una última mirada a la casa de mi infancia y reconstruyo los felices momentos de mi vida de niño, cuando mi madre, mientras regaba el jardín, le cantaba a las flores y ellas le respondían tornando sus pétalos de vivo color y le coqueteaban como si fueran a besarla.

 

Esta imagen de mi pueblo natal, Granada, Antioquia, con la vieja casa paterna y todos los eventos ocurridos en las calles de mi infancia, son el más preciado tesoro que me acompañará por siempre.