No se puede perdonar otra cosa que lo que se ha sufrido en carne propia. Nadie puede perdonar por los que ya no están. Por ello queda siempre un fondo imperdonable, irredento.
El perdón es un don perfecto pero es un imperfecto don, porque queda incompleto. Esta es la paradoja del perdón
El pasado no lo podemos cambiar, es inamovible, lo hecho, hecho está; es completo como una esfera: todo lo ocurrido ocurrió; es eterno: lo ocurrido nunca podrá no haber ocurrido. La libertad se ve así gravemente disminuida. El futuro también tiene su falla angustiante: es totalmente impredecible. Ninguna predicción se cumple con exactitud, salvo coincidencia. Entre el pasado inamovible y el futuro impredecible, la acción de ese ser falible y finito que es el hombre, debe tener lugar. ¿Cómo puede apenas hacerse algo, si por un lado no podemos prever en absoluto sus consecuencias, y por el otro estas serán totalmente definitivas? Sin embargo tenemos dos antídotos, frágiles pero reales, a esas dos corrosivas condiciones metafísicas: a la inalterabilidad del pasado podemos oponer el perdón y a lo impredecible del futuro podemos oponer nuestra capacidad de hacer promesas (2).
Si lo que fue hecho es inexcusable y el daño incomparable, ¿estamos condenados, los unos a la culpa (a veces secreta) y los otros al rencor? En estas experiencias el pasado se yergue como destino entre el presente y el futuro, bloquea el venir del porvenir e impide el pasar del pasado. Si bien lo que ocurrió no puede alterarse, lo que podemos cambiar –claro no es fácil ni frecuente– es la incidencia del pasado sobre el presente. La persona que se sabe culpable de lo inexcusable vive en una obscura mezcla de remordimiento y mentira, su presente está enfermo de pasado. Lo mismo quien vive en el rencor, el resentimiento y el deseo de venganza. Enteramente ligados a su acto y a sus estatus de criminal, uno y al de victima el otro. Algunas veces, si el primero reconoce sus actos, inicia un movimiento hacia la víctima, esta puede, si lo desea, iniciar uno hacia el culpable. Hasta dónde puede llegar tanto un movimiento como el otro, es imposible decirlo. Pero tanto el ofensor como el ofendido recuperan una parte de sus estatus de persona humana, no enteramente criminal, no enteramente víctima.
¿Qué es el perdón?: Como la palabra lo indica, perdón es un don (donación, regalo); la partícula “per” tiene la misma función que la palabra per-fecto: es decir acabado, completo. “Per” es lo que abre el paso hacia lo perfecto. El per-dón es un don perfecto. Evidentemente se trata de una libertad absoluta de quien ha recibido el daño, no puede ni encargarse ni constituir obligación.
No se puede perdonar otra cosa que lo que se ha sufrido en carne propia. Nadie puede perdonar por los que ya no están. Por ello queda siempre un fondo imperdonable, irredento. El perdón es un don perfecto pero es un imperfecto don, porque siempre queda incompleto. Esta es la paradoja del perdón. Sin embargo, por el sufrimiento vivido en su propio cuerpo, por la pérdida de seres queridos y por la dignidad pisoteada, no es necesario seguir sufriendo las consecuencias para siempre. Las religiones saben que el perdón libera de una parte del fardo del pasado sobre el presente. Pero como no todo es posible para el hombre, se le deja una parte a Dios. Al Dios que cada quien tiene. (3).
No se puede obligar a perdonar (no sería un don perfecto). Pero ello implica, y he aquí lo difícil, que no se puede tampoco prohibir. Imaginemos que para alguna de las víctimas, una transformación interior puede haber comenzado, motivada o no por un acto de verdad de alguien que ha cometido lo irreparable. Sería una gran tristeza que por une ambiente colectivo y por campañas de comunicación, ese proceso fuera inhibido.
Por ello, la consigna “ni perdón ni olvido” contiene una contradicción. Primero: si hubiera olvido (por represión, autocensura o amnesia), no habría nunca perdón. Para perdonar hay que recordar, hay que reconocer la falta y la deuda como tales para poder considerarla. El perdón es una modalidad de la memoria y no del olvido.
La consigna “Sin justicia no hay perdón”, por su parte es infundada: si el perdón es un don absoluto, no puede tener condiciones. La justicia debe seguir su curso. Ni el perdón debe interrumpirla (4), ni la justicia condicionar al perdón; son mundos aparte. Institucional, colectiva y al servicio de la sociedad, objetiva (si posible) y fría, la justicia es mediación, tercer término, objetividad. Personal, individual, subjetivo, el perdón es un acto íntimo, inmotivado, gratuito y totalmente libre. Siempre de persona a persona, el perdón no resiste leyes ni decretos; es extra-judicial, extra- político. La intimidad de una consciencia que considera una persona como tal (separándola de su acto), puede producir esa liberación parcial. Un acto sincero, una palabra de verdad, un proceso, un reconocimiento, todo ello puede sin duda facilitar el movimiento hacia el perdón, pero como dijimos, no puede obligarlo. De la misma manera, la ausencia de estas condiciones no debe prohibirlo ni puede impedirlo.
Una cosa es lo que las sociedades necesitan para la paz civil, justicia, memoria, reflexión, historia, a veces incluso amnistías, leyes… otra cosa es lo que necesita una consciencia adolorida y encerrada en el sufrimiento. Nadie debería aconsejar siquiera el perdón, sin embargo cuidémonos de impedir por necesidades colectivas y políticas, el surgimiento de esa experiencia estrictamente libre, individual, profunda e improbable, si elle surgiera. Se trata de cuidado, de curación (no se puede saber si habrá sanación) de la memoria enferma; tanto de un culpable como de una víctima. La posibilidad, frágil y escasa, de restituir un orden inmaterial pero esencial en la experiencia temporal humana: que el futuro aparezca como futuro y no como proyección del pasado. Y que el pasado aparezca como pasado y no como sombra sobre el presente.
Cuidar la memoria y avanzar, para quien sea posible, no significa infidelidad a los caídos; el objeto del perdón, como dijimos, no es el olvido sino el recuerdo, liberado de una parte del dolor, esa parte que bloquea el flujo de la vida temporal. El objeto del perdón, allí donde la excusa no puede con lo inexcusable, es la libertad interior. Quienes cayeron en el precipicio del mal, no volverán. Pero su recuerdo puede ser fuente de otra cosa que el fondo y la obscuridad de los abismos. Tal cual como el deseo de vida iluminó sus existencias, la gratitud de haberlos conocido, de haberlos sucedido en el tiempo, de habitar el mundo por el cual ellos lucharon, puede enviarnos una luz nueva.
Lo perdido no puede recuperarse, pero en lugar de dejar un vacío, sitios eriazos de la memoria, tenemos a veces la libertad de permitir nuevos brotes, tal vez incluso grandes árboles puedan crecer. Cuando el daño es grande, cuanto más grande puede ser el coraje y la generosidad. En todo naufragio humano siempre hay algo que permanece intacto. Eso merece una atención discreta (lejos de cámaras, debates y bulla) y nuestro mayor respeto. La leve y lúcida vibración del amor podrá regar, pero en silencio, las flores improbables del futuro.
(1) Recomendamos vivamente releer la columna anterior: http://elperiodistaonline.cl/la-voz-de/2013/09/filosofia-del-perdon-primera-parte/, pues la presente es la simple continuación.
(2) Hannah Arendt formula esta sorprendente reflexión en «The human condition» (1953), en español: La condición humana.
(3) Incluso Jesús, pide a su padre celestial el perdón de sus verdugos (“porque no saben lo que hacen”), no dice yo los perdono (Lucas, 23).
(4) Salvo montajes muy particulares como el de la “Comisión Verdad y Reconciliación”, deseada por Nelson Mandela y Desmont Tutu en Sudáfrica, que substituye a la justicia, interrumpiendo el proceso antes de la condena.