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“La pedantería es aquella pretensión de conocimiento, aquella manera en que los seres humanos hacen una gala exagerada de su saber. Se aplica al que por ridículo engreimiento se complace en hacer inoportuno y vano alarde de erudición, téngala o no.

En esencia es una actitud del que presume sabiduría”. RAMOS, Samuel “La pedantería” En el perfil del hombre y la cultura en México, Editorial Espasa Calpe, México, D.F., 1990, PP. 137-140.

 

En conversaciones con estudiantes y usuarios de diversas universidades, incluida nuestra Unaula he escuchado los conceptos que tienen sobre los docentes, jefes de investigación, directores de departamento, mandos superiores y mandos medios, y me he encontrado con la sorpresa del alto grado de percepción negativa y de desprecio o indiferencia que sien te hacia algunos de estos funcionarios. No es muy representativa la percepción positiva o de admiración que se profesa hacia ciertos rangos de autoridad institucional con las que se topan a diario los estudiantes. Ante esta situación, me he puesto a reflexionar sobre asuntos que tienen que ver con la relación docente, autoridad institucional y estudiantes en la vida académica universitaria. Queda claro que, no somos inmaculados a la hora de hacer alguna revisión a la forma como nos comportamos en esa bella tarea que es la enseñanza, o en el espacio que nos asigna la Universidad.

 

“Seguramente que la pedantería es una actitud que tiene su finalidad, es decir, sirve a un propósito más o menos oculto del individuo. Y no sería remoto que esa finalidad fuera ignorada por el sujeto mismo que practica aquel vicio. Todo pedante da la impresión de un actor que desempeña una comedia, y la pedantería es una máscara que oculta, que disimula algo; ¿qué es lo que la pedantería trata de disimular?” La pedantería” En el perfil del hombre y la cultura en México, Editorial Espasa Calpe, México, D.F., 1990, PP. 137-140.

 

El hecho de no advertir la pedantería en nuestros discursos, no nos exime de la culpa. Un profesor soberbio, un investigador inmaculado, un funcionario de escritorio perfumado y mal encarado, convencido, narciso, iracundo y radicalmente seguro de que sus ideas son las únicas, resulta insoportable y está muy cerca del fracaso en la universidad o en el medio académico y/ o laboral en el que se desempeñe. Si el pedante mismo se mirara luego en una cámara indiscreta en sus acciones de aula, y tuviera el valor de revisarse, ofrecería de inmediato disculpas públicas a todos aquellos a quienes ha maltratado con sus ínfulas de ser superior. Quienes hemos estado muchos años escuchando discursos para nuestra formación profesional, recordamos a los docentes que tuvimos y que fueron pedantes, soberbios y convencidos, pero también recordamos a los maestros que con humanismo y sabiduría nos motivaron a la búsqueda permanente de saberes. A ese ser distante de pedanterías, que habita permanentemente en la memoria de sus discípulos, le llamaremos maestro imprescindible, porque es el que proyecta en nuestra existencia crecimiento intelectual, físico y espiritual.

 

“El maestro, imprescindible: En toda educación en lo superior y para lo superior es imprescindible la presencia del maestro, cuya figura obtiene derecho de asilo permanente en la memoria del discípulo. Padre y madre generan el ser físico; el maestro acrecienta las herencias espirituales, intelectuales y físicas. Nadie nace del todo. El nacimiento natural es ingreso a la vida; la educación continua el trayecto hacia la eternidad; y el maestro, aunque desaparecido, es siempre guía del espíritu” BORRERO, Alfonso. El maestro universitario. S.J. mayo de 199

 

Jamás un pedante podrá ser un buen maestro, mucho menos investigador probo, a los sumo no pasa de ser “un dictador de clase” al que se le responde y poco se le puede preguntar, porque la pedantería es una forma de expresión adscrita casi exclusivamente al tipo humano intelectual o que pretende serlo, pero que no llega a serlo. Tiene una máscara intelectual porque carece de intelecto. Muchos hombres y mujeres hacen presunción de vanidad, pero esto no es exactamente pedantería, ya que el pedante es inconfundible en su entonación, en su forma de hablar y de imponer sus ideas. Cierta vanidad es común en todos los seres humanos, pero esta no llega al fastidio.

 

“El pedante aprovecha toda ocasión para exhibir ante grandes o pequeños auditorios sus prodigiosas cualidades. A decir verdad, una de las características de la auténtica pedantería es la inoportunidad, pues sus más conspicuos representantes son precisamente aquellos sujetos que siempre desentonan, que sientan cátedra en todas partes”. RAMOS, Samuel. Op. Cit.

 

El problema de la pedantería y los pedantes, es que logran hacer algún séquito de ingenuos seguidores que les aplauden hasta en las cosas más absurdas; en la universidad, estos aduladores de pedantes, en el fondo ya lo son y encontraron el clon que les revivió su ego. Muchas veces estos muchachos que resultan abrazados y adormecidos por los discursos pedantes, fueron los que en sus primeros estudios se las creían de ser los únicos y mejores de la clase. Quizá los mismos que vienen de familias encopetadas que en la vida pública gozan de privilegios. Jamás un joven de conciencia crítica, consciente de la realidad, se somete a los discursos pedantes. Los pedantes son indiscretos, en las reuniones suelen intervenir para hacerle saber al grupo que ahí están.

 

“Los vemos hablar de cosas profundas en medio de una conversación familiar, citar nombres famosos o sentencias célebres en los lugares o circunstancias en que menos viene a cuento. En una palabra, el pedante choca siempre a los demás, por su falta de tacto y discreción; es la persona que en todas las relaciones sociales da una nota discordante, usando un lenguaje y tono inadecuado. Bajo el aspecto del trato, el pedante corresponde, sin duda, a la especie numerosa de los inadaptados. Esta observación constituye para nosotros una pista importante que seguir con probabilidades de que nos lleve al secreto de la pedantería”. Ídem.

 

A diferencia del pedante dictador de clase, el maestro universitario, es aquel que logró trascender las nimiedades de la vida y que superó las fugaces provocaciones del ego-centrismo, algo que a todos nos toca en determinado momento; es el que motiva en los estudiantes la búsqueda de la verdad, porque se allega a la totalidad de la persona del estudiante. El maestro hace al discípulo y el discípulo hace al maestro. Es un intercambio de personalidades, sin que el maestro haya de constituirse en modelo indefectible, en plagio de personalidad; del discípulo se espera que sea él, que sea original. Dista la autoridad del maestro de convertir a sus discípulos en incondicionales creyentes; no alquila servidumbres intelectuales. Entre maestro y discípulo, medianera es la verdad y cada uno se aproxime a ella con su paso y ritmo.

 

“Más que las palabras del maestro el contacto inteligencias en mutuo aprecio, provoca en el alma del discípulo el acto de la comprensión, la chispa de la luz intelectual que en él habita. A través de palabras y señales sensibles, las dos almas se unifican en la comprensión de la verdad, que no es del maestro más que del discípulo, ni de éste más que de aquél, pero que en su universalidad señorea y preside todas las mentes particulares. El buen maestro se allega a la totalidad de la persona del alumno, sin ceñirse al cultivo de estrecha porción intelectual, por razón de la asignatura enseñada. El maestro esculpe la escultura íntegra del ser, como el artista el cuerpo entero de su obra. Forma el todo, no la parte, respetando en el alumno la insondable solemnidad del ser humano”. BORRERO, Alfonso. Op. Cit.

 

En cambio, el gesto de la pedantería tiene, sin duda, la intención manifiesta de afirmar una superioridad ante los demás, pero con un acento agresivo o con un aire de desprecio. El pedante parece decir “aquí yo soy el único que vale, ustedes son unos imbéciles”. Pero la pedantería no engaña a nadie y los demás se percatan de la falsedad de sus pretensio-nes. En vez de lograr el reconocimiento y la admiración, el pedante no hace más que despertar antipatía y enemistad. Los efectos que obtiene son precisamente antisociales. Por lo general, los pedantes son rabiosos individualistas, incapaces de comprender los valores ajenos y renuentes a todo esfuerzo en cooperación. Lo que no impide que a veces logren reunir círculos de admiradores, ingenuos o ignorantes, que se dejan sorprender por sus palabras. Porque lo trágico es que la pedantería necesita siempre del público, como no puede haber teatro sin espectadores. La pedantería implica manifestar una superioridad teórica, con relación al interlocutor para encubrir el déficit intelectual; es decir, se verba-liza en demasía lo sabido, sin importar que exista o no un sustento teórico para vanagloriarse acerca del conocimiento que ha sido objeto de ostentación. Aquel que tenga la característica de ser pedante, es un ser humano que tiene más grande la boca que el conocimiento.

 

La cura para la pedantería es acudir a la humildad y a la capacidad de autocrítica, aspectos que le permitirían al pedante transformar sus exagerados egos en fortalezas, acercándose así de manera sincera a sus interlocutores. Reconocer los errores es propio de hombres y mujeres inteligentes.