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Padre, hijo y espíritu santo, son las figuras ideológicas que se reproducen socialmente bajo el formato Ser superior, seguidores, doctrina, que son los que conforman la trilogía del dogma y que son coexistentes; es decir, sin ser superior no hay seguidores, ni razón para ello; sin seguidores no hay ser superior; y sin dogma no hay seguidores ni ser superior. No se pretende atacar a ninguna religión sino simplemente sopesar su influencia en los seres humanos.

 

El padre es el ser supremo; el hijo, los seguidores; y el espíritu santo, la doctrina. El espíritu santo es el que ilumina la doctrina; según los relatos del nuevo testamento, se presenta en forma de lenguas de fuego para dar sabiduría a los apóstoles; los evangelistas escribieron bajo su inspiración “divina”. Así se da origen a los libros sagrados de las religiones en diversas regiones del mundo.

Los escritos por tanto sagrados establecen que la doctrina tiene un origen no humano y que posee un carácter imparcial, neutro y divino.

En esto hay un primer desacierto puesto que el Ser Humano –con todos sus intereses-desaparece de la conformación de lo que se define como sagrado. Realmente, lo divino es un producto de un acumulado histórico y cultural de lo Humano, por medio del cual se dotan a los seres superiores de las características que eran consideradas como las mejores en un momento histórico determinado y que habrán de conducir a lo mítico; tal como sucede con la trinidad llevada a misterio o el caso de la virginidad de María, madre de Jesús, a la que se le da esta condición de la mujer inexplorada, a partir de los valores imperantes en un momento social, en donde se impone el estado corporal femenino sobre las cualidades de su contenido como persona.

En el caso del cristianismo, surgieron dos corrientes en relación a la divinidad o no, de Jesús. Unos consideraban que tenía divinidad para hacer milagros, pero sin ser propiamente dios. Otro puno de vista ensalza la humanidad de Jesús. A la primera se le llamó “cristología rica”; y la segunda, “cristología pobre”. También se habla de “Cristología ascendente” (Parte de su carácter humano hacia lo divino) y de “Cristología descendente” (De lo divino a lo humano).

El estudioso de la Biblia, Orígenes (185-254 de nuestra era) expuso una de las concepciones trinitarias que consideraba al padre como el verdadero dios, por cuanto no fue generado. El presbítero asceta Arrio, aportó una nueva visión teológica en la que resaltó la unicidad y trascendencia de Dios y consideró al hijo como creatura generada por el padre; esto es, hecha por él, y aunque se le denomine dios, no lo es verdaderamente.

Así surge el monofisismo, como una doctrina que niega las dos naturalezas de Jesús: La divina y la humana. Sostiene que en él subsistió la naturaleza humana, la cual fue absorbida por la divina. Hasta hoy existen tres iglesias monofisistas: la egipcia o copta; la siria o jacobita y la armenia.

Existen otras doctrinas, pero no se trata ahora de hacer un estudio del cristianismo. Con esto se quiere mostrar el carácter histórico, diverso y cultural de lo divino. Lo que nos interesa es considerar cómo la trilogía del dogma (Ser Superior, Seguidores, Doctrina) se encarna en los estilos de liderazgo como continuidad de la opresión y de deformación del papel del conductor. (No se olvide esta condición, puesto que también existen líderes liberadores, aunque muy escasos). No en vano se dice que el poder corrompe.

Al decir de Estanislao Zuleta, “el líder nos quita la angustia de pensar”, de ahí que sea muy beneficioso seguir a alguien poderoso sin importar la relación de clase; no se cumple que el ser social determina la conciencia social y por eso las personas pobres terminan eligiendo gobernantes de derecha aunque continúen oprimiéndolos más. No hay concordancia entre el pensar y el actuar, con la forma de existencia social.

La ideología y otras circunstancias complejas, como la sicología, los temores, los intereses, las creencias, hacen que las personas se nieguen a recibir órdenes de aquellos que tengan su misma condición, que sean sus iguales.  Por eso, a quien toman como su líder, y para que lo sea, lo dotan de cualidades superiores que lo diferencien de los demás, incluso hasta mitificarlo (le dan el carácter divino). Con lo que  ambos se alienan, porque el seguidor acepta su inferioridad, y el superior así se cree, pierde su objetividad y hasta su autenticidad (Por eso Paulo Freire dice que al liberarse, el oprimido libera al opresor).  Entonces se habla de personas de inteligencias superiores, de la mujer más hermosa del universo, del mejor cantante del mundo, del mejor jugador, del mejor escritor, “le cabe el país en la cabeza”-dicen, con lo que el pensamiento del poderoso impone valores ideológicos globales, convertibles en dinero y en dominación. Todo aquel que se aparte de estos parámetros, será repudiado, con mayor fuerza por sus pares, puesto que los aleja de lo que se asume como la normalidad. En la sociedad capitalista la riqueza da al patrón la superioridad y el mando.

Esto no niega el que hayan existido líderes verdaderos con aportes a la humanidad. Pero incluso esto es relativo. La historia está llena de desmanes. Y cada cual asumirá la posición que le convence y que concuerda con sus creencias, intereses y valores. Los colonizadores, usurpadores, son héroes y pioneros para sus gobiernos. Los cruzados, quienes actuaban bajo la supuesta defensa del cristianismo, decapitaban a los sarracenos; héroes para los europeos y asesinos para los árabes.

Tampoco se niega la necesidad del poder jerárquico para poder ejercer el liderazgo en las sociedades hasta ahora conocidas.

Los seguidores, al dotar a los superiores de las más excelsas cualidades, se sienten protegidos por estas y por eso los ensalzan en la doctrinas, incluso, en casos, se sienten también revestidos por ellas y las esgrimen contra aquellos que son vistos como sus opositores, sus enemigos o de quienes se pueda recibir una potencial agresión. En la Biblia, muchos Salmos invocan el poder de dios contra los enemigos. (Salmo 9, 3. “Mis enemigos volvieron atrás; cayeron y perecieron delante de ti”. Salmo 27, 1, “Jehová es mi luz y mi salvación ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?”. 3, “Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón; aunque contra mí se levante la guerra, yo estaré confiado”). La doctrina religiosa, así cultivada, no sirve para fomentar la fraternidad, sino para imponerse sobre los otros, que aun siendo sus semejantes, no son tomados como tales.

Al promulgar las altas cualidades de los superiores, no pocas veces se alimenta la egolatría –la cual suele ir acompañada de la soberbia y la arrogancia- que en tantas ocasiones ha dado al traste con las organizaciones de diversos tipos. El ególatra crea su mundo, se siente infalible y cree que al imponer sus propósitos va por el camino correcto, puesto que las cosas se hacen tal como él dice. En ocasiones aciertan, pero muchas veces, el que cree ganar porque se impuso, en el largo plazo pierde porque lleva al descalabro a la comunidad en la que actúa. Se deleitan en el autoritarismo y generalmente se rodean de aduladores que le refuerzan su propósito. (El señor Trump parece que tomará todas las medidas necesarias para enterrar a Estados Unidos como potencia imperialista).

No es extraño que, como entidades humanas surgidas en una sociedad de dominación como la burguesa, las organizaciones de izquierda arrastren vicios y se vean afectadas por rasgos de la egolatría en personas que acumulan poder de decisión y que se vuelven también incontrovertibles; esta malformación no deja de tener su influencia en la dispersión que nos aqueja; por tanto, el tratamiento de mal, tiene su papel en la lucha por la unidad. No es desaforado decir que la humildad es una condición para lograr el acercamiento unitario. Es parte del mandar obedeciendo.

Más aun cuando, como factor de la formación del conocimiento, la trilogía del dogma se reproduce en todas las instancias humanas, incluidas las formaciones de izquierda en las que aparecen los dirigentes como centro, las personas como bases o masas y los programas y estatutos, como doctrinas que convierten la teoría revolucionaria en dogmas.

La verdadera liberación se dará cuando los seres humanos se reconozcan como iguales y se establezcan relaciones de respeto entre todos. En esto es muy rica la teoría marxista de la alienación.  No se puede aceptar la suplantación del poder de todos, por el de los conductores y de la organización construida sobre tales bases. Aquellos que hablan de bajar a las masas o al pueblo, es porque creen equivocadamente que están arriba.

Aquí también, mientras más excelsas sean las cualidades otorgadas subjetivamente al dirigente y cuanto más “objetivo” sea su programa, más seguro se sentirá el militante y considerará acertado su camino incuestionable. Así se busca mitificar a los líderes, cuando contrariamente, es un su dimensión humana donde alcanzan su valor. No se puede cubrir la realidad con sueños idealistas, para suprimir la explotación del humano por el humano.

En la naturaleza y en la sociedad, como creación humana, las organizaciones tienden a reproducir las condiciones que las hicieron surgir; es una condición del éxito de la sobrevivencia. Pero también “árbol que nace torcido, nunca se endereza” y por eso, la lucha interna contra la presencia de la ideología burguesa en las fuerzas revolucionarias debe ser tenaz y permanente, a la vez que mesurada y objetiva.

Reflexión final. La unidad más que una confluencia organizativa, es un manejo de la democracia. ¿Cuál es entonces la concepción que tiene de ella la izquierda, cuando es incapaz de llegar a acuerdos democráticos con aquellos que les son próximos en la lucha por una nueva democracia? No se nota coherencia entre lo que se pregona y lo que se hace.

 

Febrero 4 de 2017 (En la fecha del comandante)