Por desgracia, hechos como el horrendo crimen de la niña caucana, son los que van haciendo avanzar un poquito la conciencia de la población-para infortunio de la élites- acerca de la forma en que se maneja el país. Aquí se conjuga la historia de los abusos, del desprecio, de la manipulación, del engaño, de la muerte de testigos claves, en fin del mal uso del poder económico y político. Son los mismos apellidos que se repiten y se reparten en los cargos públicos, que se heredan sin importar la capacidad o idoneidad de los funcionarios nombrados, cual sagrada monarquía. El poder político se utiliza para favorecer económicamente a unas minorías que se han eternizado en la administración de lo nacional.
Los políticos tradicionales se reparten alcaldías, concejos municipales, gobernaciones, asambleas, secretarías municipales y departamentales, congreso, ministerios, embajadas, consulados, todos con jugosos ingresos pagados con onerosas reformas tributarias soportadas en los hombros de las clases trabajadoras.
Es lógico que en una sociedad capitalista, el poder político se use para asegurar el beneficio económico de los potentados. Así las constituciones liberales hablen del bien común y de los ciudadanos como constituyente primario. Esto sólo tiene un carácter nominal, que sirve cuando se tiene que convocar bajo los conceptos de patria, nación o de representatividad; con mayor peso en Colombia, uno de los países más desiguales del mundo, condición que es la vez expresión de su estilo de democracia.
De ahí se aprecia el valor de los acuerdos de paz, en cuanto abren la opción de construir un nuevo país; pero es apenas eso, una posibilidad, la cual hasta el momento no se aleja de la demagogia tradicional. No se nota que las fuerzas populares tengan el poder para conducir a la sociedad a nuevas o diferentes condiciones de lo hasta ahora vivido; no hay conciencia, ni acciones de peso y tampoco están encaminadas a la transformación hacia un modelo de mínima democracia en la que los ciudadanos puedan decidir. Parece que estamos aún muy lejos de estos logros. Pero la historia puede cambiar en un momento.
La forma en que el país se insertó en la modernidad; es decir en el capitalismo, permite entender las limitaciones democráticas de nuestra sociedad. La conciencia de esta condición permitirá encontrar propuestas que den cuenta de las deudas sociales. Este sería un punto de partida para encontrar caminos de reconciliación que conduzcan a una sociedad más civilizada, en la que prime el libre debate de las ideas y avancen las que representen el bien común.
En los relatos del Exodo, un pueblo esclavo vaga por el desierto durante 40 años, tiempo establecido cuyo propósito era que todos los que conocieron la esclavitud, no llegaran a la tierra prometida. Así, el pueblo colombiano debe cambiar toda la clase política de tal forma que aquellos que ejercieron y ejercen la violencia contra la población desde el poder de las instituciones gubernamentales, no puedan volver a usarlos con tan perversos fines. Sin esta condición, no tendremos cambio de civilización y las cosas seguirán como hasta ahora.
Algo que preocupa es que los ramilletes en que se divide la izquierda flotan en el caldo de la sociedad burguesa; algunos, con buenas intenciones, quedan cómodamente atrapados en el clientelismo; otros, están a la espera de pegarse individualmente de cualquier rama de la administración oligárquica, buscando su poder personal, usando la palabrería de izquierda como herramienta.
Cuando el pueblo colombiano y principalmente la izquierda, abandonen la tutela de la oligarquía y decidan romper con la sociedad burguesa, encontraremos nuevos caminos para de forma independiente, defender los intereses populares.
Es hermoso cuando un pueblo se levanta por sus derechos y es a la vez triste que un pueblo esclavizado se hace eco de los ataques a aquellos que luchan por su libertad.
Diciembre 27 de 2016