Aviso

A casi dos siglos del período de la Historia Nacional, conocido como la “Patria Boba”;  en Colombia se quiere sentenciar que los pueblos condenados a cien años de soledad no tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra. Hasta el Noble se equivocó: han sido doscientos años.

 

 

Así de particular es la política en este país. Los resultados del plebiscito celebrado el 2 de octubre, muestran que de 34´899.945 ciudadanos habilitados para votar, participaron el 37.41%, con un 62.59% de abstencionismo. De ellos 6´430.968 votaron por el no, que corresponde al 50.22% de los votantes; 6´374.728, lo hicieron por el SI. Ante tales niveles de abstención, se puede decir que votó el país político, aunque con una participación más baja de lo que ha venido sucediendo en los comicios.

 

Las crudas estadísticas indican que los simpatizantes del “no” representan apenas el 18% de los posibles votantes y tan solo el 13% de la población colombiana de 48´837.942. Son resultados minoritarios que no pueden llamar a engaños a los ganadores ni a los perdedores ni al conjunto de los ciudadanos. Más aún si se tiene en cuenta que el plebiscito tiene un significado político pero no jurídico frente a los acuerdos de paz.

 

Estas cifras dejan ver la polarización entre los votantes que conforman el país político; a lo que contribuyó, por demás,  el que la jornada fue alterada por la fuerza de la naturaleza. La participación en la urnas se vio afectada por el coletazo del huracán Mathew, que sumió a la costa Caribe colombiana en torrenciales aguaceros de mas de doce horas con inundaciones que impidieron el sufragio en zonas claves que habrían apoyado la opción del SI; en algunas poblaciones apenas se alcanzó un 24% de votación. Ahí se podría haber logrado un triunfo también poco representativo para los acuerdos. Pero hay que trabajar sobre los resultados reales y no sobre los hipotéticos. Con prudencia y con cabeza fría.

 

Lo cierto es con que con este respaldo al “no” se afecta la implementación de lo acordado en la Habana. Ese era el deseo de los contradictores al proceso y así fueron sus actuaciones. En Colombia siempre se hacen “grandes acuerdos” de transformación, para que nada cambie. A través de la historia nacional, se ha visto cómo siempre han existido los que tienen claro lo que hay que hacer y otros que tienen muy claro lo que no hay que dejar hacer. Y así nos mantenemos en el limbo, para ganancia de aquellos a los que les conviene el que se perpetúe el estado tradicional de la cosa política. Al precio que sea.

 

Así fue cómo los impulsores del SI, recibieron amenazas que se hicieron reales en casos lamentables. Se conocieron denuncias de pobladores de barrios populares a quienes se les advirtió por el paramilitarismo, que no podían salir a votar, igual ocurrió en pueblos como San José de Apartadó, en el Urabá antioqueño; en el municipio de Bello, dominado por fuerzas oscuras, no aparecieron los registros de algunas cédulas, lo que impidió el voto de estos ciudadanos.

 

En las redes sociales circularon falsos manifiestos en los que personajes de la farándula, de la prensa y de la intelectualidad, apoyaban el “no”. La Registraduría de la Nación, que en tiempos atrás era atacada militarmente para quemar los tarjetones, esta vez fue “hackeada”, lo que deja ver qué es una guerra de cuarta generación. También fueron publicadas mentiras acerca de lo acordado en la Habana, en cuanto a ingresos, curules y a las medidas tributarias que tomaría el gobierno para financiar el proceso de Paz.

 

Esto estuvo cubierto de palabrerías como la defensa de la fé católica, el anticomunismo, el terror al castrochavismo internacional, evitar la supuesta ideología de género presente en los acuerdos y que atacaba la familia. Igualmente, haciendo uso del “copy cat”, la derecha asumió el discurso de la izquierda, protestando contra el gobierno por la miseria, la muerte de niños por hambre en la Guajira, el mal servicio de salud de las EPS que ellos ayudaron a fundar, la lucha contra la corrupción, los malos servicios públicos, el abandono a los pensionados, etc.

 

Todas estas acciones ilegales fueron refrendadas con la votación favorable al “no”. Es el triunfo de los combos del micrográfico y de la micro extorsión, a quienes por fin el estado estaba golpeando en los últimos meses, como parte el desmonte del paramilitarismo. Es el triunfo de los grandes capos de la mafia usurpadores de la finca campesina, de los contradictores a la restitución de tierras. Esto muestra que la plaza pública sigue siendo peligrosa para las fuerzas de la democracia y de izquierda. Se apoyó la continuidad de la misma política de la ilegalidad, del asesinato político, de las amenazas y de las desapariciones. Otra opción histórica que parece frustrarse una vez más.

 

Los responsables de la violencia de las últimas décadas que, en el marco de los acuerdos, tenían que responder ante la justicia, fueron indultados por el 50.22% de los escasos votantes; se legitimó a los victimarios. Este es el triunfo del mismo poder que en México ha impedido aclarar lo sucedido en Ayotzinapa. Es el poder del 13% de la población que respalda a las fuerzas oscuras en el país. Las víctimas no pueden seguir sometidas al mandato abusivo de los victimarios. Ese es el drama de Colombia que la comunidad internacional debe empezar a entender.

 

Es la lucha de lo nuevo contra lo viejo, de la marcha de la Historia contra su freno; de la libertad contra la opresión; del amor contra el odio; de la esperanza contra el dolor; de la democracia contra la manipulación por una minoría; del pensamiento libertario y humanista contra la represión y el oscurantismo; de la vida contra la muerte. Algún día terminarán triunfantes, la libertad, la democracia, el humanismo, la felicidad, el amor y la fraternidad.

 

Usando las palabras del Comandante Chavez: Colombia huele a azufre.

 

Octubre 3 de 2016