Es indudable que la paz es un importante logro para el pueblo colombiano que es el que pone los muertos de cualquier bando. Este carácter humanista de defensa de la vida, es el verdadero significado que debe guiar las negociaciones y por el que hay que trabajar y el que se debe delinear.
Pero el establecimiento de la paz en Colombia tiene sentido diferente para los otros actores involucrados.
Para la oligarquía es una oportunidad para continuar la entrega del país a las empresas extranjeras facilitándoles el acceso a los territorios que antes estaban vedados en razón del conflicto; es decir, la presencia de rebeldes armados entorpecía el avance hacia zonas de la selva amazónica, territorio verde de riqueza vegetal y de todo tipo de recursos inexplorados que incitan a continuar la búsqueda de “El Dorado”. A la clase dominante no la mueve el carácter humanitario del fin del conflicto; esta bondad no hace parte de su trayectoria histórica. Siempre se han nutrido de venta de los recursos del país. En depredadora alianza van por la Amazonía.
Para el paramilitarismo, los territorios que abre la paz, representan narcotráfico, minería, proyectos agrícolas, poder local militar y político, control y explotación de la población, manejo de los presupuestos municipales, impunidad. Están también los enemigos de la paz.
Para el imperialismo, la paz es la anulación de opositores armados por vía diplomática, que es mucho más barata que cualquier enfrentamiento, con menos riesgo de daño de su imagen internacional, para de esta forma poder adelantar con mayor facilidad sus planes y acciones de agresión a los pueblos latinoamericanos que construyen proyectos de libertad.
Mientras el poder imperialista apoya las negociaciones en Colombia y cambia su estrategia con respecto a Cuba y se le aproxima como buen vecino reflexivo, incrementa sus mañosas amenazas contra Venezuela, Brasil, Bolivia, Ecuador y adelanta infames ataques a sus sistemas democráticos y a sus programas económicos nacionalistas, por ser ajenos a la injerencia de las herramientas de opresión y control imperialista, como USAID, ONU, OEA. En Brasil se golpea dos veces, a los BRICS y a la izquierda latinoamericana.
Otras decrépitas economías, como la de España, intervienen descaradamente en la región, guiados por la inconsecuencia de pretender solucionar lo que en propio país no pueden mejorar. La real intención de sus llamados es a continuar su historia colonialista de abuso y despojo.
Hace parte de la historia de la oligarquía colombiana su sumisión al imperialismo; así lo reseñan los sucesos que rodearon a la masacre de las bananeras; este es parte de un panfleto que circuló en diciembre de 1928:
“Piden las gentes obreras
que de modo más humano
y de mejores maneras
los trate en las bananeras
el patrón americano.
Mas como se ha declarado
ya en sitio aquella región,
el pueblo será baleado
y Colombia habrá logrado
rearfirmar su sumisión.”
(Conflicto social y rebelión armada en Colombia. La dimensión internacional del conflicto social y armado en Colombia por Renán Vega Cantor, pg 383)
La concesión de títulos de explotación en la sierra de la Macarena muestra que la situación parece no haber cambiado en 90 años.
En 1942, hablaba así el embajador de los Estados Unidos, Spruille Braden:
“Hemos obtenido todo lo que hemos solicitado a este país (…) Colombia no ha regateado sino que de todo corazón ha salido en apoyo de nuestra política (…) y no existe país en Sur América que se haya desempeñado en forma más cooperativa” (Ibid pg 374)
Este apoyo de todo corazón continúa con la admisión de las 7 bases militares en territorio colombiano y con el respaldo a las políticas de invasión a pueblos del mundo. Es el maléfico eje Miami, Madrid, Bogotá. No se puede esperar otra cosa en los planes de agresión.
Recientemente esto decía el comandante del sur:
“Si Pastrana fue la norteamericanización de la política de seguridad colombiana, en la medida en que la estrategia que buscaba una salida negociada al conflicto y la formulación inicial del Plan Colombia como una estrategia integral para el desarrollo terminaron adaptándose a la agenda y los intereses del gobierno norteamericano, Uribe es la “colombianización” de la estrategia de seguridad norteamericana en el país, es decir la interiorización de los dictámenes de Washington, ya no una adaptación de una iniciativa propia, sino una traducción del diagnóstico, las políticas y demandas estadounidenses” (Ibid pg.. 375)
Así las cosas, las decisiones norteamericanas con respecto a las negociaciones del conflicto en Colombia, se parecen más a una estrategia de agresión a los pueblos de América Latina. El león es un sanguinario en toda generación, dice la canción de Violeta Parra. El capital no tiene contenido democrático ni humano ni busca la paz ni la fraternidad ni sabe de reconciliación.
RICARDO ROBLEDO