El feminismo ha sido plenamente asumido por el sistema. Difícilmente podría haber más tratados y compromisos internacionales a favor de los derechos de las mujeres. A partir de este referente, el feminismo se ha institucionalizado. Con la institucionalización del feminismo

estamos condenados un continuo los y las, las y los en todos los discursos oficiales que amenaza con volverse obligación. "Los chiquillos y las chiquillas", "los colombianos y las colombianas", "los jóvenes y las jóvenes", cancelando así la regla de que los genéricos se escriben en masculino. Lo políticamente correcto se verifica en lo gramaticalmente correcto, por lo que la exigencia histérica por el "enfoque de género" impone su sinrazón como si con ello las mujeres vieran colmadas sus demandas de justicia. En este sentido sustento una posición frente a las blanduras del feminismo pequeño burgués que se explaya hoy en las instituciones y más en las universidades, representado por personas que no saben ni de pueblo ni de lucha por una sociedad justa.

 

Estas líneas que expongo con el ánimo de motivar controversia, se sustentan en la posición que desde hace rato he manifestado: “los grupos y los grupúsculos banalizan la política”; fundamento mi planteamiento a partir de diferentes lecturas que he hecho al Universo de los Derechos Humanos: lo histórico, lo jurídico, lo ético, lo político y en general las nuevas acciones en este campo que van desde la escuela hasta la sociedad. Además he apreciado en el radicalismo feminista que se ventila en las academias, una peligrosa aventura que puede conducir al infantilismo intelectual y más en nuestro país en donde han llegado los nuevos macrodiscursos: feminismo, animalismo, lesbianismo, travestismo, machismo etc., de maneras tardías e interpretadas conforme a intereses europeizantes.

 

“No debería existir cuotas de representación a las mujeres (a las feministas) para que se dediquen a la política. Las actividades de los partidos políticos, las elecciones y los parlamentos deberían ser exclusivamente para las mujeres. Entonces los hombres, liberados por fin de estas tareas, podrían dedicarse de lleno a las bellas artes.1

 

El feminismo, con todo y sus pretensiones universales, es un proyecto occidental, modernista e imperialista que sólo por la fuerza puede ser impuesto. El bombardeo de Estados Unidos a Afganistán en 2002 y la ocupación militar tuvo dos banderas políticas para realizarse: una, el combate al terrorismo; otra, que el gobierno talibán violaba los derechos de las mujeres. Hoy, a lo mejor, se da la libertad para que todas las afganas (sobrevivientes) puedan ser como Madonna, Britney Spears, Mónica Lewinsky o Salma Hayek. Con el mismo cuento invadieron Irak, esperando cambiar el Burka que cubre el rostro de la mujer por minifaldas, nada de esto sucedió. El feminismo sin lugar a dudas ha sido plenamente asumido por el sistema, por ello no es gratuita la existencia de múltiples tratados y compromisos internacionales a favor de los derechos de las mujeres. En este nuevo siglo, pintoresco y novedoso tenemos en todas las esferas de la vida pública y privada un feminismo soberbio institucionalizado.

 

El feminismo murió. Su gigantesco cadáver permanece ocupando enormes espacios en todos lados: leyes de papel, instituciones, discursos alucinantes de lo políticamente correcto y, sobre todo, en el imaginario de las feministas; viudas como aquella reina, Juana la Loca, quien iba y venía por todo el reino con el cadáver embalsamado de su difunto marido, Felipe el Hermoso, único sentido de su vida y su juicio. Todos los metarrelatos de la modernidad se agotaron, incluyendo al feminismo. Las que fueron vanguardias, hoy son lugares comunes, piezas decorativas en la maquinaria del sistema o fetiches ideológicos de sus fanáticos (y fanáticas; los y las, por supuesto; o los fanáticos y las fanáticas). El feminismo no murió por la represión a sus militantes (los y las, también; ¿o militantas?). Tampoco murió por el cumpli-miento total de sus demandas. Murió, sí, por haber llegado a su techo histórico, por haber alcanzado el tope de su realización fácticamente posible, por la imposibilidad de ir más allá de donde ha llegado en el cumplimiento de sus metas.2

 

El feminismo al igual que los movimientos obreros en la realización de su proyecto histórico varía en cada lugar del mundo y no se puede avanzar más en ningún caso. Los derechos de los trabajadores están reconocidos y garantizados por las leyes en cada país, otra cosa es que sean pisoteados. No se discute la justicia de sus demandas ni la necesidad de su cumplimiento, pero es un hecho que no hay trabajo para todos ni hay posibilidad de elevar los salarios. Tampoco hay oposición a los abusos con los derechos de las mujeres y a la legislación correspondiente; pero en cada país hay límites culturales que impiden pasar de un tope en el cumplimiento de los derechos de las mujeres, y de los trabajadores. El choque de civilizaciones imposibilita que el derecho internacional se cumpla efectivamente en todo el mundo. Cada país arma su trama desde sus parlamentos para institucionalizar lo ilegal, esto se percibe en los mismos procedimientos que eligen a quienes rigen el poder. Quizá la tecnología, más que el feminismo, ha dado a muchas mujeres la posibilidad de vivir con mayor libertad e igualdad de oportunidades. Las feministas se dedicaron a la literatura, la fotografía o la investigación sociológica o antropológica, o a la cátedra en la universidad con discursos excluyentes, incluso cercenando de la academia a los clásicos de la filosofía por considerarlos machistas. Aristóteles, Kant, Hegel Schopenhauer y otros genios del pensamiento, son enviados al exilio en los discursos feministas radicales. A esto le llamo infantilismo intelectual, ya que se ignora con ello el trasegar dialéctico del pensamiento.

 

A propósito de la tecnología y la reivindicación de la mujer, tenemos que las empresas farmacológicas abrieron la posibilidad de tener relaciones sexuales plenas sin consecuencias indeseables (“derechos reproductivos”). Para ello, la fundación Rockefeller Made in USA, patrocinó el desarrollo de los anticonceptivos; la Banca Mundial con sus directrices en políticas públicas de reducción de la población y la industria del vestido han promovido mucho más el cambio en la vida de las mujeres que todas las creaciones artísticas de las feministas. Cómo negar entonces que los macrodiscursos de la posmodernidad son inventos calculados de organismos internacionales para ocuparnos más a los países en vía de desarrollo y dividirnos en grupos y grupús-culos para efectos de luchas que sí tendrían que ver con la dignidad humana. Perdonadme ortodoxos, pero las formas de percibir el mundo, ya sea desde el extremo machista o feminista, son otra forma de ceguera. Es el ser humano como tal el que cuenta. Y no hace falta hacer una descripción antropológica o sustentada si así se quiere desde la Biblia para demostrar el papel preponderante de la mujer en todo el proceso de constructo de la humanidad. El europeísmo nos ha hecho llegar ya sus discursos agotados y como tal los hemos asumido. Mientras ellos han regresado al ser humano, nosotros los países en vía de desarrollo lo mutilamos.

 

Un subversivo de cualquier movimiento de izquierda, siempre ve como algo indigno si una mujer muestra sus virtudes féminas con escotes o minifaldas; diría que eso es darle gusto al capitalismo y a la burguesía, igual los Benedictos y los Juan Pablos de Roma, o los curas ultragodos, de forma similar actuarían los musulmanes. Todos ellos condenarían al “fuego eterno del infierno” a la mujer que se atreviera a insinuar sus encantos. En esencia feminismo es un extremismo y los extremos tienen la tendencia a encontrase en cuanto a la intolerancia. Radicales de derechas y de izquierdas se oponen a que las mujeres muestren públicamente su encanto corporal y seductor ya para propósitos mercantiles, o por gusto propio. Al suponerse poseedores de la verdad y garantes del bien, quieren imponer su voluntad sin pasar por las formalidades del consenso, o de consultas democráticas. En los diversos espacios en los que uno se encuentra con una feminista, siente a veces susto, se ven soberbias, intolerantes casi inabordables y en la academia sí que son extrañas; en su discurso feminista se percibe intención ex-cluyente sin darse cuenta que atacando a los hombres o a su machismo terminan pareciéndose a él. Esa soberbia feminista extrema, obedece a que todo extremismo conduce a delirios de persecución, percepción de amenazas en todos lados, conspiraciones en su contra y agravios.

 

Como toda ideología y discurso fundamentalista, todo aquello que no sea política y gramaticalmente correcto, de acuerdo con sus criterios, es repudiado, proscrito y estigmatizado con calificativos que lo denuestan. Machismo, sexismo, homofobia y misoginia son cuatro de las principales armas gramaticales de las feministas para arrojar a los infiernos de lo políticamente incorrecto a cualquiera que se aparte un ápice de su “enfoque de género”. La primera víctima de la institucionalización del feminismo ha sido la gramática; la segunda, el sentido común. Etimológicamente, homofobia quiere decir miedo a lo que es igual, no rechazo a las personas cuya preferencia sexual es la de su mismo género; y sexismo no quiere decir discriminación a la mujer, sino ideología del sexo.3

 

Como toda doctrina, el feminismo radical no alcanza a entusiasmar multitudes. Su ideal no es el de todas las mujeres, su liderazgo alcanza para representarse a sí mismas. No a la mujer como tal, sobre todo aquellas que sin alegato de pertenecer a una cofradía feminista también defienden sus derechos. La institucionalización del feminismo ha llevado al asunto de las cuotas de poder, lo que es contrario a la democracia. Bajo la demanda de la “representatividad” se impone la obligación de un porcentaje mínimo de mujeres en la toma de decisiones de todos los asuntos públicos. En este caso acojo la idea Giovanni Papini con la que se encabeza este texto. “adelante mujeres, tomaos los parlamentos, nosotros los hombres buscaremos los nichos del arte y el ocio”, porque ser mujer en el poder es una cosa y otra muy distinta es además de ser mujer tener conciencia del lugar que ocupan las mujeres, y esto sí sería un auténtico feminismo que sin radicalismos actuaría construyendo sociedad.

 

En este sentido, sustento mi posición de respeto a la mujer desde la perspectiva ética y política de la universalidad de los Derechos Humanos, punto desde donde hago las observaciones a cualquier extremismo, incluyendo al feminismo extremo, con los que banalizan las luchas por la dignidad humana. El hecho de ocupar espacios en los partidos, en la administración pública, en las listas de elección popular, en los parlamentos, el acceso preferencial a becas y a prebendas del Estado desde su feminismo a ultranza, puede llevar a una egolatría insoportable. Ya cooptadas por el poder y el sistema que es a donde finalmente llegan, su desempeño se mirará más por su condición sexista- misógina y feminista y no por el talento o mérito con dignidad. Así las cosas no hay mucha distancia para caer de la cumbre del feminismo radical a las blanduras del infantilismo intelectual.

 

1 PAPINI, Giovanni. Episodio de Gog. El libro negro.

 

2 SALAZAR, Claudia. El feminismo murió; pero triunfaron las feministas Grupo Reforma, ciudad México, febrero 2003.

 

3 SALAZAR, Claudia. Op. Cit.